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Democracia: mucho más que un proceso electoral

La democracia en el siglo XXI trae consigo un nuevo techo aspiracional, en el que se mezclan las deudas del pasado siglo XX y las nuevas demandas del siglo XXI. Lo cierto es que, como señalara Giovanni Sartori, la democracia no es cualquier cosa. Éste autor, que a lo largo del siglo XX problematizó los principios y diferentes concepciones de la democracia, nos legó la idea de que la Democracia, como forma de gobierno, debe garantizar un piso institucional que posibilite la representación de los diferentes sectores poblacionales, con la idea de la mayoría limitada, al plantear que “ningún derecho de mayoría alguna puede ser absoluto” … ya que, en un sistema democrático de gobierno, los derechos de las mayorías están limitados por los derechos de las minorías (Sartori, G., 2007, pág. 45). Y es que las inequidades producidas por condiciones físicas (discapacidades), o sociales, culturales u económicas, terminan convirtiéndose en desigualdades políticas, es decir, en menos posibilidad de tomar decisiones e incidir en defensa de los propios intereses, ya sean individuales o colectivos. Por tanto, la vida en común, en un gobierno democrático, para hacer prevalecer los derechos de las minorías, debe sostenerse en principios que posibiliten la visibilización de las necesidades de los diferentes sectores poblacionales. Un gobierno democrático no obvia la existencia del conflicto, pero lo cierto es que la puesta en escena de los intereses de los menos favorecidos, no siempre cuenta con las mejores condiciones, ya sea por los prejuicios sociales y culturales, como ocurre con quienes se movilizan por los derechos sexuales, reproductivos y de los migrantes; o condiciones económicas, como sucede con las personas en condiciones de pobreza. En ese sentido, la vida en común se define a partir de lo colectivo y la pluralidad de identidades e intereses, en el marco de unas relaciones de poder contingentes. Lo colectivo, expresándose en alianzas y sociedades puestas en tensión de manera permanente por una pluralidad que también evoluciona. Es así que el antagonismo es inherente al espacio común. A decir de Ernesto Laclau, “el antagonismo establece… las condiciones de un exterior permanente” (Laclau, E., 1990, pág. 26)… por lo que las identidades enmarcadas en la lucha de clases histórica, si bien con nuevos nombres y nuevas demandas, define relaciones antagónicas, como resultado de la imposibilidad que viven determinadas poblaciones de disfrutar y participar del uso de los objetos de valor de sus sociedades, al igual que otras poblaciones. En la línea de lo anterior, Chantal Mouffe señala que “El conflicto, para ser aceptado como legítimo, debe adoptar una forma que no destruya la asociación política. Esto significa que debe existir algún tipo de vínculo común entre las partes en conflicto, de manera que no traten a sus oponentes como enemigos a ser erradicados, percibiendo sus demandas como ilegítimas -que es precisamente lo que ocurre con la relación antagónica amigo/enemigo-“ (Mouffe, Chantal, 1999, pág. 27). Por ello, Mouffe propone relaciones de agonismo, esto es, “el establecimiento de relaciones de nosotros/ ellos, en las que las partes en conflicto, si bien admitiendo que no existe una solución racional a su conflicto, reconocen sin embargo la legitimidad de sus oponentes”… “Esto significa que, aunque en conflicto se perciben a sí mismos como pertenecientes a la misma asociación política, compartiendo un espacio simbólico común dentro del cual tiene lugar el conflicto” (Mouffe, Chantal, 1999 pág. 27).

¿Qué le ofrece la democracia a las sociedades, de cara a posibilitar el establecimiento de relaciones de agonismo y no de antagonismo? Como se planteaba inicialmente, el desarrollo de una forma de gobierno de mayoría limitada requiere de principios y prácticas que promuevan el dialogo entre los diferentes y la solución de los conflictos por vía democrática. En ese sentido, la teoría del desarrollo de los sistemas políticos desde un enfoque democrático aporta, por un lado, la necesidad del fortalecimiento de los mismos en dos líneas: Una, que toca la institucionalidad democrática, esto es, los escenarios institucionales desde donde se construye la representación y se concretiza, a través de las políticas públicas (económicas, sociales, culturales); y la segunda, que aborda el comportamiento de los actores y los medios con que cuentan para ello, dentro del sistema político.

 

Entonces la línea institucional desde un enfoque democrático deberá garantizar:

• La representación política de los diferentes sectores poblacionales, tomando en cuenta las condiciones de partida de éstos.

• La participación social, política e institucional de los diferentes sectores poblacionales.

• Integración política de los diferentes sectores poblacionales.

• Relevo de las élites tradicionales, ya sean políticas, económicas, sociales y culturales. A continuación se relevan algunos de los aspectos de cuatro de las principales herramientas de la democracia, anteriormente citadas, valorando su importancia en la construcción de la vida en común.

 

 

 

 

Representación política y vida en común

Uno de los principales retos de la democracia del siglo XXI, y que afecta de manera directa la calidad de la democracia, es la representación de los diferentes sectores poblacionales; en ese sentido, Sartori señala que las democracias modernas descansan en: • El principio de la mayoría relativa. • Los procedimientos electorales y, • La transmisión del poder que supone la representación. Estos tres principios estarían indicando que la democracia descansa en el presupuesto de los límites del poder. Un poder donde la mayoría tiene límites para ejercer su voluntad, los cuales descansan en los derechos de las minorías; donde la existencia de elecciones implican la necesidad de generar relevo, esto es, límites en el tiempo durante el que se ejerce el poder y que quien ejerce el poder no se representa así mismo, por lo que su voluntad tiene como límite las aspiraciones y demandas de los demás. Entonces, a sabiendas de que en la democracia “la atribución de la titularidad del poder y su ejercicio real, no permanecen en las mismas  manos”… “el problema central es, por lo tanto: ¿cómo mantener y asegurar el lazo entre la atribución nominal y el ejercicio real del poder? (Sartori, Giovanni, 2007, pág. 54). Apelando a la definición etimológica de la democracia, “poder del pueblo”, se tiene que “la pertenencia del poder al pueblo sienta un principio que concierne a las fuentes y a la legitimidad del poder. Significa que el poder es legítimo sólo si se otorga desde abajo, sólo si constituye una emanación de la voluntad popular, y solamente si descansa en algún consenso básico manifiesto” (Sartori, Giovanni, 2007, pág. 59). Siendo la transmisión del poder, a través de procedimientos electorales, lo que constituye el instrumento necesario en una democracia a gran escala en el siglo XXI, ¿cómo evitar que quien delega el poder lo pierda?, o sencillamente evidenciar que éste se está perdiendo o ya se ha perdido? (Sartori, Giovanni, 2007, pág. 55). Identificando quiénes son los beneficiarios del ejercicio del poder real. Es así que la democracia expresa la prioridad de los intereses de la sociedad, por encima de los del Estado, y donde el Estado está al servicio de la ciudadanía, entendiéndola y asumiéndola como mayoría limitada. (Sartori, Giovanni, 2007, pág. 60). A lo anterior se agrega, los niveles de protección con los que cuentan las minorías, ya que, a decir de Sartori, es justamente la protección de que disfruten las minorías, es decir, los que por razones diversas tengan menos posibilidad de ejercer igualmente sus derechos, lo que evidenciará si en una sociedad determinada existe democracia. Aquí se pueden ubicar, sobre todo, en las sociedades latinoamericanas en este siglo XXI, a las mujeres, a las personas envejecientes, a las personas con discapacidad, a las personas en situación de pobreza, a las personas que tienen otras opciones sexuales, a los pobladores originarios, entre otros. Por tanto, las políticas públicas emanadas por los Estados van a expresar el contenido de los intereses de los sectores realmente representados, ya que los beneficios que genere el Estado estarían indicando para quién se gobierna, si para el pueblo como mayoría limitada, o para quien en ese momento ejerza el poder real y sus aliados.

Un gobierno democrático no obvia la existencia del conflicto, pero lo cierto es que la puesta en escena de los intereses de los menos favorecidos, no siempre cuenta con las mejores condicione.

 

Participación social, política e institucional y vida en común

Helio Jaguaribe releva la importancia de la participación de la ciudadanía, a tal grado que plantea que ésta es uno de los sub sistemas del sistema social, tal y como lo es el sistema económico, el sistema cultura, etc. No obstante, para los fines de este estudio, se asume la participación como una de las variables definitorias de la democracia, lo que coloca la visión de la política y la democracia más cercana de las proposiciones desarrolladas por Chantal Mouffe, que es la participación social y política lo que puede posibilitar la real representación. Si bien no es posible que todos y todas participen dentro de los espacios de toma de decisión, lo cierto es que la ausencia en dichos espacios, de los diversos poblacionales, especialmente de las minorías, alejan la posibilidad de una real representación. En ese sentido, se ha formulado la metáfora del “espero”. Si bien dicha metáfora hace referencia a la conformación de los Congresos, también pudiera aplicarse a otros espacios de toma de decisión de carácter colegiado. Según la teoría, “el Parlamento tendría que ser un espejo de las características sociológicas de la población, por lo cual se requiere de tres elementos básicos: 1) instrumentos institucionales que especifiquen la composición social de los representantes en número suficiente y características similares a las de los representados; 2) la voluntad política de los representados de escoger representantes similares a sí mismos; y 3) la disponibilidad de los partidos de un número suficiente de candidatos representantes, dotados de características similares a las de los representados (género, clase social, condición profesional, etnia y pertenencia profesional)”. (Pitkin, 1967. Tomado de Jiménez Polanco, Jacqueline, 2000, pág. 7). Por tanto, ese sólo a través de la participación que sería posible construir representación. En adición a lo anterior, la democracia, como forma de gobierno, también requiere la participación, como parte de la construcción de la vida en común. “A sabiendas de que la política nunca podrá prescindir del conflicto, atañe a la acción pública y a la formación de identidades colectivas” (Mouffe, Chantal, 1999, pág. 16). Por otro lado, la participación, para que sea posible, tiene como condición que todas las personas tengan los mismos derechos, en el entendido de que si bien los derechos se asignan individualmente, sólo pueden ser ejercidos colectivamente, tal y como lo planteara Mouffe. Por lo que la libertad de que disfrutan los individuos, pasa por un ejercicio compartido. (Mouffe, Chantal, 1999, pág. 40).

Movilización política

Estudiosos de los sistemas políticos de mediados del siglo XX colocaban en un lugar preponderante la movilización política, como parte sustancial del desarrollo político, como fueran Deutsch y Jaguaribe. Resulta relevante que para Deutsch la movilización social es la condición general de la movilización política. Si bien este planteamiento está enmarcado en un contexto histórico en el que antiguos países coloniales y países que estaban recién saliendo de situaciones de dictaduras (como era el caso de República Dominicana, durante los periodos, 1930-1961 y 1966-1978), se encontraban “en un despertar al autogobierno y a la política de masas”, en la actualidad, la movilización, tanto social como política, continúan siendo el motor del cambio político en gobiernos democráticos (Jaguaribe, Helio, pág. 27). La posibilidad de que nuevos intereses y demandas sean tomados en cuenta, tanto por los partidos políticos, como por los gobiernos, pasa por la movilización de los colectivos, generando presión y mostrando músculo político. En el caso de Jaguaribe, este plantea que el consenso social por medios políticos (y yo agregaría democráticos), es lo que contribuye a la generación de representación, legitimidad y capacidad de servicio. Pero los consensos no se construyen desde el anonimato y la intimidad de los hogares. Estos requieren la exposición de los actores, así como actos de demostración de poder, por medios democráticos. (Jaguaribe, Helio, pag. 37). La ampliación de los derechos de poblaciones como resultado de la movilización social es una constante en las diversas sociedades occidentales, como sería el movimiento por los derechos civiles de los negros en Estados Unidos, las mujeres sufragistas, los derechos laborales, entre muchos otros. Los logros obtenidos por los diversos movimientos fueron y siguen siendo el resultado de la movilización social y política de éstos.

Integración política

En el transcurrir de la historia, en occidente la integración política ha estado construida a partir de la pertenencia a un Estado nacional y la aspiración de la construcción de una sociedad homogénea. La evolución de los sistemas políticos ha ido dejando tras de sí una gran diversidad de características poblacionales, desde las históricamente ignoradas, como los pueblos originarios, o los que tienen prácticas o condiciones físicas que les coloca en situación de dificultad para ejercer igualmente sus derechos (Innerarity, Carmen, pág. 40). En fin, que el reconocimiento de la diferencia, como algo que no debe generar exclusión y que llama a actuar con equidad, forma parte de la democracia del siglo XXI y plantea para los Estados nacionales significativos retos para generar integración, no ya desde la idea de sociedades homogéneas, sino desde la pluralidad, donde la integración estaría dada por el acceso a los bienes culturales, económicos, políticos y sociales que produce una sociedad.

Relevo de las élites tradicionales y vida en común.

Más allá de los fundadores de la teoría de las élites, como Pareto, Mosca y Michels, los cuales plantean a las élites como constantes históricas, y les asignaban cualidades sobresalientes, como el caso de Pareto, autores del siglo XX, como Helio Jaguaribe, es menos entusiasta al definirlas. Para este autor, la pertenencia a las élites no está necesariamente determinada por las cualidades sobresalientes de una persona, ya que la condición de élite puede heredarse. También señala Jaguaribe, que “… una sociedad presenta, en términos analíticos, dos dimensiones. En la horizontal, es la interrelación de cuatro planos estructurales o subsistemas sociales: el cultural, el de participación, el político y el económico. En sentido vertical, es la articulación de dos niveles: el de situación, donde se fija analíticamente el régimen de estratificación de cada subsistema social y de la sociedad en su conjunto, y el de acción, donde en términos analíticos tiene lugar la interacción humana. Sea cual fuese la forma social específica, en un momento dado presente el régimen de estratificación de una sociedad en forma de estamentos, castas, clases o niveles de status, dicho sistema de estratificación contiene siempre un estrato superior, uno medio y uno inferior” (Jaguaribe, Helio, 1972, pág. 88). Para Jaguaribe, las élites son también permanentes históricas y están presentes en todos los sistemas de la sociedad (económico, social, cultural y político). Pero dicha presencia no necesariamente implica lesionar los intereses del resto de la sociedad. “… las élites ejecutan funciones societales: formulación de símbolos, establecimiento de decisiones, control de bienes. Por otra parte, sea cual fuere el contenido de adscriptividad y competitividad proporcionado por el régimen de participación existente (sistema político) gozan de un control correspondiente de símbolos, poder, dinero y, primitiva o derivativamente, de prestigio e influencia. Por consiguiente, ello se podía expresar diciendo que en el plano de cada subsistema social, y en el de la sociedad en su conjunto, la condición de élite consistente en determinada relación entre 1) desempeño de dirección y 2) goce de exacciones. (Jaguaribe, Helio, 1972, pág. 94). A partir de lo anterior, Jaguaribe clasifica a las élites en élites funcionales y élites disfuncionales. Las primeras son aquellas cuyos servicios prestados a la sociedad en su conjunto superan con mucho las exacciones o beneficios que pueda obtener de ésta; mientras que las élites disfuncionales serían aquellas cuyo goce de beneficios a costa de la sociedad supere por mucho sus aportes a la misma (Jaguaribe, Helio, 1972, pág. 94).

Reflexiones finales

La democracia necesita de mucho más que procesos electorales realizados puntualmente en los plazos establecidos, más que la existencia de partidos políticos. Se requiere de una real representación; de la movilización.

 

La democracia expresa la prioridad de los intereses de la sociedad, por encima de los del Estado.

social y política que motoriza el cambio político; de la integración política, que convierte en ciudadanos reales a quienes inician sus vidas con grandes desventajas. Así mismo, resulta imprescindible el relevo de las élites tradicionales, ya que terminan secuestrando la política y la sociedad. Todo lo anterior forma parte de una arquitectura que supera la institucionalidad y se expresa en una práctica política que posibilita que las relaciones de poder sean, cada vez más, menos asimétricas, reduciendo las desigualdades y con éstas, un conjunto de obstáculos que dificultan que los ciudadanos y ciudadanas ejerzan plenamente sus derechos políticos.

 

Bibliografía

Easton, David (1999): Esquema para el análisis político. Amorrortu Editores. Buenos Aires, Argentina. Innerarity, Carmen. Democracia e Integración Política. ¿Cómo afectan los procesos de integración a la representación política? Universidad Pública de Navarra. Link: file:///D:/Downloads/Dialnet-DemocraciaEIntegracionPolitica-758072%20 (1).pdf. Jaguaribe, Helio (1972): Desarrollo Político: sentido y condiciones. Desarrollo político: una investigación en teoría social y política y un estudio del caso latinoamericano. Jiménez Polanco, Jacqueline (2000): Los Partidos Políticos y la Representación Parlamentaria en la República dominicana. Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO. Santo Domingo, República Dominicana. Giovanni, Sartori (2007): Teoría de la Democracia. El debate contemporáneo. Editorial Alianza Universidad. Madrid, España. Mouffe, Chantal (1999): El Retorno de lo Político. Comunidad, Ciudadanía, Pluralismo, democracia radical. Editorial Verso. Barcelona, España.
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