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Consolidación democrática y ciclos político-electorales

En la política dominicana moderna, desde la muerte de Trujillo a nuestros días, reconocemos tres grandes ciclos electorales, caracterizados en torno a la tensión entre autoritarismo y democracia. En este resumido ensayo trataré de concentrarme en lo que denomino “los ciclos político-electorales”, atendiendo esencialmente a las relaciones de fuerza entre los actores que anteceden o resultan de los procesos político-electorales. Los ciclos electorales constituyen articulaciones de mayorías que se expresan en alianzas político-electorales con cierta estabilidad en el tiempo, predominios partidarios en sectores del electorado, ámbitos geográficos y orientaciones de apoyo que sostienen las bases sociales de las organizaciones políticas. Los resultados de los ciclos se articulan en períodos de gobierno y, aunque poseen estabilidad en el periodo donde funcionan en base a las características descritas, tienden al cambio, lo que con el tiempo da pie a la articulación de otros ciclos. El primer ciclo político-electoral moderno, tras la desaparición del régimen trujillista, cubre el período 1961-1978 y puede caracterizarse como autoritario. En el mismo se destacan dos fases bien delimitadas: una fase de crisis política (1961-1965) y otra de estabilidad y agotamiento (1966-1978). El segundo ciclo lo caracterizo como populista, y cubre el período 1978-1994. Lo que define este ciclo es la competencia electoral más o menos equitativa y un movimientismo populista sin clara organización partidaria y fuerte peso del liderazgo caudillista. En este ciclo también se reconocen dos fases: una de auge, bajo el predominio del PRD (1978-1986) y otra de deterioro y crisis, bajo los dos gobiernos de Joaquín Balaguer (1986-1994). El tercer ciclo lo defino como clientelista, y se extiende de 1996 al presente. Es sobre este último ciclo que concentraré este trabajo. Lo que define este ciclo es la clientelización de la política electoral y de las relaciones Estado-sociedad, al punto de que los electores y la ciudadanía en su conjunto terminan convertidos en verdaderos clientes del sistema de partidos. En este último ciclo electoral podemos reconocer tres fases claramente diferenciadas. La primera cubre los años 1996-2004. Esta fase puede caracterizarse como de cambio conservador del electorado nacional, en la que se fortalece el voto del PLD en correspondencia con la creciente adopción de dicho partido de una postura política de centro-conservador. La segunda fase de este último ciclo es la de la conversión del PLD en partido hegemónico y la creciente fragmentación y crisis de la oposición política, y cubre los años 2004-2012. Aquí lo central es el fortalecimiento del modelo corporativo iniciado en la fase anterior donde ahora claramente el PLD opera como una corporación político-administrativa y económica, siendo el poder presidencial el eje articulador de una poderosa maquinaria que convierte al Poder Ejecutivo en un aparato político organizado como gran corporación, con un sujeto de mando claramente establecido (el presidente) y un equipo corporativo que materializa la política de dominación (el Comité Político del PLD).

Las elecciones de 1996 y 1998 fueron competencias determinantes para el futuro de la política democrática dominicana, pues definieron el camino de la reconversión política del electorado nacional.

 

La tercera fase es la que caracterizo como cesarismo corporativo y populista, y se inicia en el 2012 con la elección de Danilo Medina a la Presidencia de la República y se prolonga hasta nuestros días. Lo central aquí es que, continuando con el manejo clientelista de las relaciones de masas, se acentúa el hiper presidencialismo delegativo. El fin del poder balaguerista sobre el Estado llegó con el fraude electoral contra José Francisco Peña Gómez, en 1994. A partir de ese momento “finaliza” un modelo institucional donde el poder autoritario se imponía empleando la amenaza militar y las acciones de
WILFREDO LOZANO Sociólogo dominicano. Académico. Ex secretario general de la FLACSO. Premio Nacional de Ciencias Sociales 2010. Especialista en sociología política y de las migraciones
Consolidación democrática y ciclos político-electorales
Las elecciones de 1996 y 1998 fueron competencias determinantes para el futuro de la política democrática dominicana, pues definieron el camino de la reconversión política del electorado nacional
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violencia no institucionalizadas. El modelo político del fraude electoral es sustituido por un modelo que centra en la fuerza del dinero, en la acción previa a la decisión del voto y no posterior a la misma, la influencia y poder de las élites que controlan el Estado. Ese poder pasa así a expresarse por medios institucionales formales. Se sostiene en una reforma constitucional que prohíbe la reelección sucesiva, lo que en principio debía impedir que quien estuviera en el poder empleara los recursos del Estado para propósitos reeleccionistas. A su vez, se intenta equilibrar políticamente el poder judicial al crear el Consejo Nacional de la Magistratura. Se extiende el voto a los dominicanos residentes en el extranjero, con lo que la diáspora dominicana se convierte en un espacio interno de la lucha política. Los acuerdos establecidos entre Balaguer y Peña Gómez, al respecto, establecían un 40% como tope para ganar en primera vuelta. Las negociaciones que, por otro lado, sostuvo Balaguer con el PLD establecieron un 50% más un voto. El artífice de esta escaramuza táctica fue Balaguer y no el PLD. En la primera vuelta de esas elecciones Peña Gómez alcanzó un 47% de los votos, con lo que se vio obligado a la segunda vuelta. El voto peñagomista y perredeísta se concentró en varios focos regionales caracterizados por su peso popular y de masas: lo que hoy es la provincia de Santo Domingo, San Francisco de Macorís, Santiago, la zona fronteriza del país, caracterizada por la pobreza, y la llamada línea noroeste. El voto reformista se concentró en el Este del país y el voto peledeísta a su vez lo hizo en regiones como La Vega, Monseñor Nouel, La Romana y El Seybo. En la segunda vuelta esa geografía cambió. Lugares como Santiago y el Distrito Nacional se inclinaron hacia el “Frente Patriótico” (que unificaba la alianza PRSC-PLD) y por esa vía el PLD logró alcanzar la victoria. La diferencia de votos no fue sustancial, Peña Gómez perdió por 71,741 votos, es decir, una diferencia del 2.6%. De acuerdo a dicha elección, el Congreso tenía una composición que, si bien no le daba mayoría al partido de Peña Gómez en ninguna de las cámaras, impedía que la alianza PRSC-PLD impusiera la suya en asuntos relevantes, como era la cuestión del Consejo Nacional de la Magistratura y la elección de los nuevos jueces de la Junta Central Electoral. Esas elecciones también le permitieron concentrar un gran poder local, logrando el 48.3% de los votos municipales, con lo que dicha organización pasó a dirigir la mayoría de los gobiernos locales. Quien fue golpeado más duramente en esas elecciones fue el PRSC de Balaguer, que vio reducir sus diputados a 17 y sólo conservó dos senadores. El PLD, en cambio, aumentó el número de sus diputados de 13 a 49, ganando también cuatro senadurías. La geografía electoral de ese proceso (1998) muestra que en realidad el PRD continuaba liderando aquellas regiones más pobladas y más pobres, como eran los barrios populares del Distrito Nacional y Santiago de los Caballeros. Asimismo, el PLD mostró que en realidad había aumentado su poder, aun cuando sus votos se concentraban, esencialmente, en las grandes aglomeraciones urbanas y sólo logró ganar en cuatro provincias (El Seybo, La Romana, Salcedo y Elías Piña). Mientras, en ese mismo proceso electoral de 1998 el PRSC continuaba en dramático descenso, ganando sólo las provincias de La Altagracia y San Pedro de Macorís.

El primer ciclo político-electoral moderno, tras la desaparición del régimen trujillista, cubre el período 1961-1978”

 

El PRD ganó en 24 provincias, concentrando el 48.95% de los votos congresionales, contra el 31.22% que obtuvo el PLD y el 14% del PRSC. En el 2000, cuando se produjeron las elecciones presidenciales, Hipólito Mejía, del PRD, derrotó a Danilo Medina del PLD. Pero ya en ese momento era claro que el poder del PLD estaba en franco ascenso. En parte, la beligerancia del partido morado mostrada en ese certamen electoral, donde fue derrotado, era el producto de que competía con el partido blanco desde el poder, pero también lo era porque el PLD competía tras la buena imagen que dejaba el gobierno saliente de Leonel Fernández, pese al proceso privatizador que impulsó y los problemas de política económica que no pudo resolver. A su vez, el PRD alcanzaba el poder, en parte, como consecuencia del impulso que al partido había dado Peña
El primer ciclo político-electoral moderno, tras la desaparición del régimen trujillista, cubre el período 1961-1978” Gómez en las elecciones congresionales y municipales de 1998 y a los efectos simbólicos de su muerte ese mismo año.

En cambio, la victoria del PRD ponía de manifiesto no sólo su poder de masas, sino también la reconversión del electorado, pues en esas elecciones se hizo evidente que el electorado del PRSC se acercaba al PLD. En muchas zonas donde el PRSC había sido la fuerza hegemónica tradicional, como La Romana o El Seybo, el PLD pasó a ser la fuerza mayoritaria. A partir de ese momento fue que propiamente el partido de Juan Bosch inició su ascenso como fuerza político-electoral. Las elecciones de 1996 y 1998 fueron competencias determinantes para el futuro de la política democrática dominicana, pues definieron el camino de la reconversión política del electorado nacional. De esta forma, en el 2000, pese a su derrota electoral en las elecciones presidenciales, el PLD ya aparece como un partido con fuerza electoral significativa y un gran ascenso de masas. Tras las elecciones que siguieron a las del 2000, asistimos a un proceso de creciente hegemonía de la política electoral por el Partido de la Liberación Dominicana. En realidad, el ascenso del poder político del PLD, como partido de masas, debe asumirse más allá de la acción electoral misma que lo condujo al poder. No se trata simplemente de la recuperación del poder en el 2004, tras el triunfo de Leonel Fernández sobre Hipólito Mejía en las elecciones de ese año. De lo que se trata es del fortalecimiento de ese poder a lo largo de casi dos décadas. La alianza con el PLD le brindó al liderazgo conservador, encarnado en Balaguer, la mediación política y el componente de masas para asumir con éxito la nueva agenda conservadora neoliberal, rearticulando los lazos Estado/sociedad sin grandes compromisos de reformas sociales, pero sí modificando el “formato” institucional requerido por la nueva hegemonía del mercado, aviniéndose a un nuevo tipo de sociedad fragmentada, en proceso acelerado de transnacionalización y envuelta en la lógica consumista, bajo el liderazgo social de una clase media acomodada, cada vez más alejada del compromiso con la reforma política y social. El PLD supo interpretar mejor que nadie los “nuevos vientos” conservadores del mundo globalizado que tocaba a la puerta de la nación dominicana. Su éxito ha consistido, sobre todo, en su capacidad de adaptación al reformismo neoliberal en el plano económico y al conservadurismo político en el plano social. A todo esto se suma un factor fundamental: el fortalecimiento del faccionalismo en el sistema de partidos, que hizo estragos en el PRD, desde su ascenso al poder en 1978 y se acentuó tras la muerte de Peña Gómez, en 1998. Profundizando el anterior análisis puede apreciarse que, entre el 2004 y el 2010, el PLD se convirtió no solo en la fuerza político electoral mayoritaria, sino en la fuerza hegemónica. Si bien en las elecciones congresionales de 2002 el PRD continuaba siendo la fuerza mayoritaria. Como he formulado arriba, esto fue el resultado de la confluencia de diversos elementos de tipo social y económico, cohesionados por determinantes políticos y culturales. Por lo pronto, ya en esos años la “revolución neoliberal” iniciada en el país a partir de las reformas de 1990 –para poner una fecha– había transformado el mapa social y económico. En esas condiciones, la economía se orientó hacia los servicios, y sectores como el turismo y las zonas francas se hicieron los líderes, como antes lo fuera el azúcar y las exportaciones tradicionales. Hay, además, otros fenómenos de orden social que merecen nuestra atención en esos años. Me refiero, por lo pronto, al deterioro del nivel de vida de segmentos de la clase media, corriendo paralelo al desarrollo de una cultura de consumo que envolvía, incluso, a los grupos menos favorecidos. A ello se añade un clima de inseguridad pública y una gran incertidumbre en el mercado
laboral, donde la creación de puestos de trabajo era muy lenta, al tiempo que el mercado laboral, en su conjunto, se informalizaba. Aun bajo las condiciones descritas, en el 2010 Leonel Fernández no contaba, al momento de la reforma constitucional, con la mayoría mecánica que le permitiera hacer pasar sin reparos su propuesta. Varios elementos determinan esta limitación, en primer lugar, la presencia misma de una oposición parlamentaria con una relativa fortaleza. La resistencia de grupos de presión en la sociedad que poseían su propia agenda; pero, sobre todo, la aplastante realidad de que su propio partido no tenía ideas unificadas sobre la reforma, debido a que allí se anidaba la semilla de la división. Si bien entre el 1996 y el 2000 el PLD y, en particular, Leonel Fernandez no logró perfilar un proyecto propio de hegemonía política, tras su regreso al poder en el 2004 las cosas comenzaron a cambiar. En primer lugar, su triunfo arrollador sobre Hipólito Mejía indicaba ya el surgimiento de un liderazgo que no se limitaba a un único triunfo electoral, sino que se proyectaba como un liderazgo emergente perdurable. Esto se hizo claro en los sondeos de opinión pública donde el Presidente Fernandez quedaba siempre bien situado, pese a las permanentes y reiteradas críticas a su gestión de gobierno, logro producto, en gran medida, de su manejo mediático. Fernández logró, en esta segunda fase, “completar” su programa neoliberal en los primeros cuatro años de su nueva gestión (2004-2008), al tiempo que fraguó, con el apoyo de su Secretario de la Presidencia, el hoy presidente Danilo Medina, una eficaz estrategia de cooptación clientelista, primero de sus bases políticas, luego del amplio electorado popular. En estos años se organizaron programas sociales relevantes como Comunidad Digna, que contaron con el apoyo de organismos internacionales. Con esos apoyos en las elecciones de medio término del 2006 Leonel Fernández logró que su partido se constituyera en la primera mayoría congresional, aunque todavía como partido sus escaños congresionales en la Cámara de Diputados no lograban reunir un 66% con votos propios que le asegurara la reforma constitucional que estaba planeando, ya desde 1996 en su primer gobierno. En esas condiciones Fernández avanzó un paso más en la ofensiva por la reforma de la Carta Magna. Sus esfuerzos por reformar la constitución a partir de ese momento duraron cuatro años (2006-2010). En esos años Fernández en ningún momento se propuso seriamente una reforma constitucional con amplia participación ciudadana. Por el contrario, una vez iniciado el proceso de discusiones encaminadas a la reforma, el primer debate importante en la opinión publica se produjo en torno a la vía en que habría de producirse el cambio constitucional, a través de una constituyente o por la simple convocatoria de una asamblea revisora y en ese debate Fernández fue directo, claro y perseverante: la vía que entendía idónea era la convocatoria a una asamblea revisora. Fernandez hizo una convocatoria a una consulta popular, cuyos resultados en esta materia finalmente fueron desestimados. En esas condiciones, en el 2008 Fernández fue reelecto y en el 2010 hubo elecciones de medio término, que si bien le dieron mayoría relativa al PLD en el Congreso, tampoco le permitían imponer unilateralmente la reelección. Fernandez podía alcanzar la mayoría congresional calificada sumando los votos de sus aliados circunstanciales reformistas (PRSC), pero todo indica que las exigencias de éstos eran muy altas a fin de brindar apoyo a la propuesta de reforma constitucional. Ahora bien, en el 2010 el PRD, si bien había sido derrotado en las elecciones de medio término, alcanzó una bancada congresional de cierto peso. En esas condiciones, Fernández, en una audaz movida política, logró un pacto con quien en el 2008 fuera su rival en las elecciones: Miguel Vargas Maldonado, del PRD. Tras el pacto, Fernández y el PLD, con el voto del PRD, lograron aprobar una nueva Constitución, cuatro años después de haberse iniciado su discusión pública. Al final de su mandato, la popularidad de Leonel Fernández descendió notablemente, su imagen sufrió un deterioro ante los sectores de la población que
precisamente más le apoyaban: la clase media, grupos de la sociedad civil y movimientos sociales, entre otros. Paralelo al deterioro de la imagen de Fernández, ascendía la estrella de Danilo Medina, pero también Hipólito Mejía surgía como el líder opositor de mayor arraigo. De esta forma, además de las razones de orden constitucional que impedían a Fernández (la no relección sucesiva) postularse de nuevo como candidato del PLD para los comicios del año 2012, el rechazo popular fue clave, unido al peso de los movimientos sociales. En el PLD se fue afirmando esa convicción, sobre todo, al apreciarse que en la oposición emergía Hipólito Mejía como candidato. Al final, en el año 2012, Medina logró la candidatura del PLD y Mejía la del PRD. La competencia electoral fue ganada por Danilo Medina en un certamen reñido, pues Mejía alcanzó un 47% de los votos, pese a la desigual campaña en el manejo de recursos. Las elecciones del 2012 marcaron el inicio de una nueva fase político-electoral. El PLD como partido asistió a esas elecciones con graves problemas, producidos por la lucha interna de sus dos grandes liderazgos (Fernández y Medina) y la selección de sus candidatos congresionales y municipales. Por primera vez en la historia de esa organización política los conflictos internos se visibilizaron, tanto en la fase de selección de candidaturas como en el período posterior al ejercicio comicial. De esta forma, el nuevo período gubernamental 2016-2020 muestra graves conflictos internos en el PLD que escinde su liderazgo con Danilo Medina a la cabeza del grupo hegemónico interno y Leonel Fernández encabezando la oposición interna, conflicto que está teniendo un alto costo para el proyecto político peledeísta en su conjunto. Finalmente, la llegada al poder de Medina no solo ha fortalecido el presidencialismo y la centralización del poder en torno al Ejecutivo, también ha reeditado el discurso populista e iniciado un proceso de creciente manejo cesarista de las relaciones del Presidente de la República con el electorado en general y con los grupos de poder en particular. En esta dinámica, la figura presidencial ha pasado a desempeñar un rol más acentuado que el reconocido al ex presidente Fernández durante su gestión.

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