El cambio climático constituye una de las amenazas más preocupantes para las sociedades humanas actuales: algunas
de las modificaciones ocurridas a partir de mediado del siglo XIX son sin precedentes en una escala temporal de décadas a milenios, siendo clara la influencia del ser humano sobre el sistema climático.
República Dominicana, como pequeño estado insular en desarrollo, presenta características que la hacen críticamente
vulnerable a los fenómenos asociados al cambio climático, quedando entre los diez países más impactados en el mundo por eventos de esta naturaleza (Eckstein et al., 2018). Los estudios más recientes llevados a cabo en el territorio nacional confirman estas conclusiones, destacando que la causa está solo en parte relacionada con su exposición a determinados eventos de peligrosidad. Los componentes más críticos de la vulnerabilidad quedan identificados en su sensibilidad, ligada a un uso inapropiado del territorio y sus recursos, así como a la significativa disparidad económica existente en el país.
Las evidencias científicas recolectadas hasta el momento destacan que el cambio climático, definido como “un cambio de clima atribuible de manera directa o indirecta a la actividad antrópica que altera la composición de la atmósfera global y que se
suma a la variabilidad natural en un período comparable de tiempo”, es una de las mayores amenazas para las sociedades humanas (IPCC, 2013; 2014). Algunas de las modificaciones ocurridas a partir de mediado del siglo XIX son sin precedentes en una escala temporal de décadas a milenios, siendo en juego la estabilidad que ha caracterizado el sistema climático en el Holoceno, luego de la última glaciación: de manera específica, la concentración atmosférica de dióxido de carbono, metano
y óxido nitroso se ha incrementado a niveles sin precedentes en los últimos 800,000 años (IPCC, 2013).
Dichas modificaciones dependen en larga medida del aumento de la concentración de los gases de efecto invernadero (GEI), que determinó un incremento generalizado de la temperatura promedio del planeta, la cual en el período 1880-2012 mostró un crecimiento de 0.85 [0.651.06] °C (IPCC, 2013). A su vez, el aumento de la temperatura de la Tierra ha provocado una modificación de las dinámicas del sistema climático, que se ha traducido en cambios de patrones de precipitación, derretimiento
de los glaciales, y subida del nivel del mar, entre otros fenómenos (IPCC, 2013).
República Dominicana, ubicada en la región del Caribe, presenta un clima típicamente tropical, que, debido a las características orográficas propias de su territorio, asume peculiaridades únicas. En efecto, a pesar de contar con una superficie relativamente pequeña (alrededor de 48,000 km2), el país muestra alta diversidad de tipos climáticos, que varían desde el perhúmedo hasta
el árido (Bolay, 1997; Izzo et al., 2010a), dependiendo esta condición de la orientación de las principales cadenas de montañas, las cuales se encuentran perpendiculares a los vientos Alisios, principales transportadores de humedad (Izzo et al., 2010a) (Figura 1)
A esta diversidad climática se asocia una altísima diversidad biológica, que hace de República Dominicana uno de los hotspots de
biodiversidad del planeta (Huggins et al., 2007). Debido a estas condiciones, es muy común en el país encontrar gradientes muy marcados en tan solo pocos kilómetros, como puede observarse de pasando de la zona costera de Paraíso, al suroeste de Barahona, caracterizadas por ecosistemas de bosque de transición, a las áreas montañosas del Bahoruco oriental, donde dominan ecosistemas de bosque nublado (Figura 2).
Según datos del último censo (ONE, 2010), la población del país, que suma a 9.5 millones, está prevalentemente concentrada en áreas urbanas en continua expansión. Entre ellas, el Gran Santo Domingo cuenta con una población de más de 4 millones de habitantes y está ubicada en la costa sur del país, expuesta a eventos ciclónicos tropicales y fenómenos asociados, tales como
vientos huracanados, lluvias intensas y marejadas, entre otros. Desde el punto de vista socio-económico, el país se caracteriza por fuertes contrastes entre estratos sociales ricos y amplias franjas de la población que viven en pobreza y marginación, siendo todavía altos los porcentajes de población con bajo índice de desarrollo humano (PNUD, 2008; 2016).
Por su posición geográfica y sus características climáticas, República Dominicana está sujeta a fenómenos atmosféricos muy diversos, que varían desde los ciclones tropicales, caracterizados por abundancia e intensidad de lluvia y vientos fuertes, hasta eventos de sequía intensa, los cuales se vuelven particularmente extremos cuando están asociados a fenómenos meteo-climáticos regionales, como el ENSO (El Niño Southern Oscillation).
En este contexto, el cambio climático constituye un elemento de preocupación particular. En efecto, según los escenarios más probables, en el 2050 se prevé un incremento de la temperatura mínima anual entre 1 y 3 °C y de entre 2 y 6 °C en el 2070, con aumentos mayores para la temperatura máxima (TCNCC, 2018). Las precipitaciones, por otro lado, de manera coherente con las tendencias históricas registradas, no se prevé que manifiesten un patrón regular a lo largo de la geografía nacional: decrementos se esperan que ocurran especialmente en las regiones con clima menos húmedo y, prevalentemente, en las épocas más secas del año. Paralelamente, los modelos señalan una intensificación de las lluvias en las épocas húmedas, con incremento del poder erosivo de las mismas (TCNCC, 2018).
La evaluación de la vulnerabilidad territorial frente al cambio climático constituye una etapa fundamental de la definición de acciones orientadas a la reducción de las presiones sobre el medio ambiente y, más en general, a la sostenibilidad. Esto es especialmente crítico en un país isleño como República Dominicana, donde a los numerosos elementos de exposición se añaden factores, como una población en aumento y la pobreza difusa entre amplios estratos de la población, que aceleran los procesos de degradación del territorio y la pérdida de recursos ambientales importantes, que se traducen en última instancia en pérdida de productividad y condiciones sociales paupérrimas (figuras 3 y 4).
Durante los últimos diez años han sido significativos los esfuerzos realizados en República Dominicana para, por un lado, definir metodologías de análisis rigurosas y replicables y, por el otro, estudiar la vulnerabilidad a diferentes escalas. Los resultados evidencian la existencia de numerosos factores de criticidad, que se vuelven particularmente preocupantes en algunos sectores y contextos.
Un primer estudio realizado en el 2012 a escala nacional permitió clasificar las provincias del país según su nivel de vulnerabilidad en diferentes sectores: agricultura, agua para consumo humano, energía, Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SINAP), asentamientos humanos y turismo (Izzo et al., 2012). Los resultados evidencian que 13 provincias de las 32 presentan un nivel de debilidad de alto a muy alto, entre ellas Santo Domingo. Las provincias fronterizas se destacan por el elevado grado de degradación ambiental existente, el cual acentúa la fragilidad frente al cambio climático. Otro aspecto relevante evidenciado por el estudio es que los grandes riesgos, en ese sentido, de las provincias del este es en gran parte causado por un modelo de turismo altamente insostenible, que añade presiones significativas a los recursos naturales que lo sustentan (Izzo et al., 2012). Entre los sectores más críticos se destacan el eléctrico y el de la provisión de agua para consumo humano, los cuales presentan numerosos elementos de vulnerabilidad, en especial en los centros urbanos más grandes: infraestructuras en mal estado, altas pérdidas, ineficiencias, escasa resiliencia, entre otros (Izzo et al., 2012).
Debilidad, fragilidad, inseguridad, flaqueza
Dichos resultados confirman que la respuesta territorial a eventos meteo-climáticos solo en parte depende de la intensidad del fenómeno; más bien está ligada a factores de sensibilidad que hacen que el territorio sea menos capaz de cooperar con el evento y mitigar de alguna forma sus impactos. Un ejemplo de esto puede encontrarse en lo sucedido durante la tormenta Noel,
fenómeno que impactó el país entre finales de octubre y comienzo de noviembre de 2007. La tormenta tropical causó daños significativos tanto en términos de vidas humanas como de pérdidas económicas, producto de los fenómenos, prevalentemente deslizamientos masivos y difusos e inundaciones, que acompañaron el evento.
Dichas pérdidas solo en parte pueden atribuirse al carácter excepcional del evento, el cual solamente en algunas áreas se presentó con períodos de retorno significativos, que superaron el siglo (Izzo et al., 2010b). En muchas regiones, en efecto, la respuesta inadecuada del territorio, ampliamente caracterizado por problemas serios de degradación de tierra y casi completa ausencia
de planificación, fue la principal responsable de los desastres ocurridos, los cuales incluyeron la muerte de más de 70 personas en la comunidad de El Duey (Villa Altagracia) (Izzo et al., 2010b).
A partir de estos estudios, que sentaron las bases para un análisis científico de la vulnerabilidad territorial, en los últimos años otras investigaciones han sido llevadas a cabo a diferentes escalas, enfocándose en diferentes contextos y sectores. Entre ellas cabe destacar los análisis que evaluaron la vulnerabilidad del sector agua y alcantarillado y el impacto del incremento previsto
de la temperatura sobre cultivos relevantes, como el café, así como la evaluación de contextos municipales específicos (Izzo, 2012; 2013; 2014; ICMA, 2016a; 2016b; 2016c; 2016d). A pesar de la diversidad de los contextos analizados, estos estudios llegan a conclusiones similares sobre algunos puntos clave:
1. El cambio climático es una presión adicional que se suma a las dinámicas propias de los sistemas presentes en el país.
2. La vulnerabilidad frente a eventos meteo-climáticos, incluyendo el cambio climático, depende solo en parte de la intensidad de los diferentes fenómenos analizados, sino más bien está ligada a factores internos a los sistemas analizados, que los hacen ya al presente muy sensibles a ellos y, a la vez, los presentan poco adaptados a las condiciones climáticas que se prevén para el futuro. Entre los elementos más críticos están: la escasa o ausente planificación del territorio; el incumplimiento de las leyes y normativas existentes; y la inequidad en la distribución de la riqueza, que determina la presencia de amplios estratos de la población que viven en condiciones de hacinamiento en zonas altamente vulnerables.
3. Políticas e intervenciones territoriales basadas en donaciones y que no cuentan con mecanismos de participación activa y empoderamiento de los grupos locales no generan sostenibilidad y, en el mediano plazo, determinan un retroceso a condiciones similares a aquellas presentes antes de las intervenciones.
4. El ordenamiento territorial es un factor crítico para reducir las pérdidas y los daños asociados a los eventos meteo-climáticos.
El cambio climático, sin lugar a duda, seguirá ocurriendo y produciendo sus efectos en el futuro.
República Dominicana está entre los países más vulnerables frente a este fenómeno, experimentando, ya en la actualidad, impactos significativos, ligados en gran parte a los numerosos factores de sensibilidad existentes.
Para garantizar la mitigación de los efectos asociados al cambio climático, es necesario impulsar de manera significativa la adaptación al mismo, la cual, a pesar de haber sido incluida de manera transversal en la política nacional a todos los niveles, todavía necesita de ser concretizada de manera efectiva, partiendo del respeto y aplicación de la normativa existente.
De la manera en que los países sabrán responder al cambio climático dependerá su destino, incluyendo la posibilidad de garantizar medios de vida a la población y la convivencia pacífica de los grupos sociales presentes en su territorio. República Dominicana cuenta con recursos naturales, humanos y sociales excepcionales, que actualmente presentan numerosos elementos de vulnerabilidad. Por lo tanto, es necesario diseñar y aplicar estrategias efectivas para enfrentar estas criticidades de manera integral y sinérgica y así garantizar la estabilidad económica, la paz social y, en general, la sostenibilidad.