Ciudadanía, ética y derecho constitucional

Sistema inmobiliario registral y constitucionalidad
octubre 31, 2018
El Derecho Electoral como disciplina autónoma
noviembre 1, 2018

Ciudadanía, ética y derecho constitucional

“El Pueblo, que goza del poder soberano, debe hacer por sí mismo todo lo que él puede hacer; y lo que materialmente no puede hacer por sí mismo y hacerlo bien, es menester que lo haga por delegación de sus ministros.”

Introducción
Tal como acertadamente se destaca en el prólogo que precede la publicación de la Constitución del 2010, “Es ingenuo pensar que para lograr que se cumpla y se respete por parte de todos, es suficiente decirlo y razonarlo. Para que prenda un verdadero arraigo, implantación y vigencia de la Constitución se necesita, además, que se dé un elemento sin el cual no es posible la existencia de ningún Estado de Derecho…. Porque, en definitiva, es materialmente imposible que exista un Estado de Derecho si no hay una predisposición masiva de los ciudadanos para comportase en forma constitucional.”1 (Itálicas nuestras, LSO).

La miseria que acusa el irrespeto por la Constitución en República Dominicana, como garantista de la soberanía popular y de la protección de los derechos fundamentales del hombre y del ciudadano, se puso de manifiesto desde el momento en que el General Pedro Santana, haciendo uso abusivo de su poder dictatorial, a punta de bayoneta, impuso a la Asamblea Constituyente el célebre artículo 210: “A verdad sabida y buena fe guardada”, que lo liberaba de toda iniquidad, malogrando el sueño redentor de Duarte y Los Trinitarios, perseguidos y condenados al ostracismo y al martirologio.

Ciudadanía, ética y derecho constitucionalA partir de ese trágico momento histórico, donde primó la carencia del poder moral de la ciudadanía y la fuerza bruta por otra, el Estado de Derecho dejó de existir. Salvo esporádicas y contadas excepciones, en muy pocas reformas se introdujeron verdaderas conquistas sociales, económicas y políticas para el bienestar del pueblo. Las más han sido motivadas por aberrantes ambiciones personales de dirigentes, grupos trepadores de partidos empotrados en el poder para acumular riquezas y beneficios espurios, a expensas del pueblo y del contribuyente.
Para detener ese flagelo es preciso, como exhorta Carlos Luis de Secondat, barón de Montesquieu, con palabras sabias, que “El Pueblo, que goza del poder soberano, debe hacer por sí mismo todo lo que él puede hacer; y lo que materialmente no puede hacer por sí mismo y hacerlo bien, es menester que lo haga por delegación de sus ministros”.2
Es decir, ha de tener la capacidad suficiente para saber elegir y poder ser elegido, consciente de sus deberes y responsabilidades, lo conlleva a una educación forjada en valores morales y éticos, tal como se empeñara inculcar a sus discípulos el insigne educador Eugenio María de Hostos, “El Sembrador”, a quien el profesor Juan Bosch confiesa deberle su nuevo nacimiento.3
Ello obliga a que cada ciudadano, socialmente, asuma un mayor compromiso consigo mismo y la sociedad que impulse y revalorice el ideal democrático, con firme voluntad de construir el ideal de un “Estado Social y Democrático de Derecho”, no plasmado en un “pedazo de papel”; que garantice efectivamente la igualdad de todos ante la ley, la libertad de pensamiento, ideas y creencias, la justicia social, en fin, el respeto de los derechos esenciales del ser humano y del ciudadano, así como la preservación de los recursos naturales, el medio ambiente y la separación e independencia de los poderes públicos del Estado.

 

Moral social. ¿Cómo volver a la moral social y a la ética?

Para el profesor meritísimo Silié Gatón, “La Ética es la parte de la filosofía que trata de la moral y las obligaciones del hombre. Es la ciencia que de manera rigurosa orienta las actuaciones del individuo”.4
Simone de Beauvoir advierte que: “El problema de la libertad del ser humano, de la responsabilidad de cada uno de sus actos frente a los demás, la contradicción entre la ética y la política, las antinomias de la acción y la ambigüedad de la moral, se despeja cuando descubre que el sentido de su existencia individual está indisolublemente ligado a la de los demás”.5
No basta entonces poseer una suma de conocimientos, el dominio de la ciencia, la tecnología, la innovación. Se precisa algo más: un nivel superior de concientización cívica, que enlace la ética personal con la moral social y la moral política, de manera de motorizar la acción renovadora “llegado el momento donde un sistema salta a un nivel superior de organización, o se desintegra por completo”.6
Dentro del pensamiento de los filósofos clásicos, Aristóteles (324-382, a J.C.), al proponer una distinción entre el buen vivir y el vivir bien, aclara: “Vivir bien es vivir de acuerdo con los postulados de la razón y de la conciencia”. El fundamento de lo ético es resaltado por el estagirita al abordar los conceptos de lo justo y lo legal, anteponiendo estos valores a los que considera actos injustos o ilegales, partiendo del principio que inspira la lógica aristotélica: “Todo lo que es justo es legal y todo lo legal debe ser justo para ser legítimo”.7
Platón (429-347, a J.C.), discípulo de Sócrates, de su parte se esmeró en enseñarles a sus discípulos la ética como “virtud suprema para contraponer y enjuiciar la conducta moral del individuo”.8

“Lo más preocupante de la corrupción
es su impunidad. La forma como ha podido penetrar y ser admitida.”

 

¿Por qué es difícil el ejercicio de la moral? ¿Cuáles son nuestras deficiencias?

• Primero. La falta de un sistema educativo “hostosiano”, donde la moral y la ciencia sean el eje transversal que abarque y determine la formación integral del individuo, desde el hogar y primeros años de escolaridad, hasta los niveles educativos superiores”.

• Segundo. La debilidad institucional de los organismos políticos y administrativos, anclados en un sistema político poco representativo, distorsionado, donde los valores éticos y morales poco o nada representan.

• Tercero. El hecho de que una minoría exigua, pero poderosa, temerosa del cambio, mantenga la exclusión social y niveles abismales de pobreza, marginación y dependencia que contrastan dramáticamente con la riqueza y abundancia de esa pequeña casta, la clase gobernante.

En suma, la base social en que descansa la construcción de una nación deseable, más justa, libre de temores, presenta grietas profundas y peligrosas que pueden conducir a un caos inevitable de imprevisibles y graves consecuencias. Advertía el educador Eugenio María de Hostos, que “toda la vida social está contaminada de la misma indiferencia moral, que es mucho más peligrosa que la religiosa, por cuanto ésta se refiere tan solo a interpretaciones de lo absoluto, en tanto la otra a la sociabilidad, a las relaciones entre los seres humanos y sus deberes”.9

Moral política y moral administrativa

 

La actual Constitución dominicana, en su Título II. “De los derechos, garantías y deberes”, enumera y clasifica una impresionante lista de derechos fundamentales y ciudadanos, cuya efectividad queda en principio garantizada por el Art. 68, “a través de mecanismos de tutela y protección que ofrecen a las personas la posibilidad de obtener la satisfacción de sus derechos frente a los sujetos obligados.”

Como instrumento de la democracia, la misión de los gobernantes y de los partidos políticos es servirle al pueblo que los eligió en un proceso democrático, garantizando un sistema de vida ordenada, sustentada en las normativas y principios contenidos en la Constitución de la República, como expresión legítima de la soberanía popular.

Sócrates, fundador de la ética como disciplina filosófica, revistió su pensamiento político de un contenido moral: “El hombre virtuoso es el mejor ciudadano y ha de estar sometido al Estado. “Su discípulo, Platón, fundador de la Academia, analiza los preceptos morales y el conocimiento innato que de ellos se tiene “para educar en ciencia y filosofía a la juventud que seguía la carrera política, siendo el hombre el único ser que posee la facultad de realizar actos éticos”.10

Emmanuel Kant condena el uso abusivo del poder, al afirmar: “Ningún juicio normativo, moral o político es una razón justificadora última de acciones o decisiones, si es aceptado o basado por razones de autoridad o en atención a las consecuencias que se seguirían de su no aceptación”.(idem)
Sin embargo, forzoso es admitirlo, la praxis del poder político reniega de la moral y de la ética y de ese ordenamiento jurídico superior, cuando se interpone a sus intereses particulares inmediatos.

Para la Dra. Álvarez Bernal, “La moralidad de la actuación del funcionario habrá de juzgarse en relación con la finalidad del servicio público que justifica la propia existencia de la Administración y su significado etimológico “Ad-ministrare” –servir para– siendo la prestación de servicios al ciudadano al usuario o contribuyente su razón de ser, con la amabilidad y presteza que se espera del funcionario idóneo, servicial, eficiente”.11

“La Ética es la parte de la filosofía
que trata de la moral y las obligaciones
del hombre. Es la ciencia que de manera
rigurosa orienta las actuaciones
del individuo”.

 

La corrupción

El mayor daño social causado a la sociedad dominicana durante la Era de Trujillo fue la total inmoralidad e impunidad que impuso el régimen dictatorial del llamado “Benefactor de la Patria”, carente de escrúpulos y de principios éticos, perversos y corruptos. Esa práctica ha adoptado otro rostro tecnológicamente más sofisticado, mejor maquillado, pero no ha desaparecido. Contrario al texto Constitucional, que condena la sustracción de fondos públicos, la prevaricación, el nepotismo, etc., (tal fuera previsto en la Constitución anterior) parece ser, en todo gobierno, letra muerta. Mientras el poder del dinero, unido al poder político, paute, condicione y decida, de espalda a los valores intrínsecos de la moral y la ética,

el progresivo estado de descomposición político-social e institucional prevalecerá, poniendo en grave peligro el futuro de la Nación.
Lo más preocupante de la corrupción es su impunidad. La forma como ha podido penetrar y ser admitida. La manera cómplice como se introduce y se extiende ramificada y organizada estructuralmente en los organismos de los gobiernos y en sectores poderosos corporativos, constituyendo una red casi infranqueable, permeando las instituciones de derecho pública y los diferentes estratos sociales de la que no escapan notables miembros de la pequeña y poderosa oligarquía, a la que deben sumarse grupos mafiosos y nuevos ricos.
Hoy se habla bien y mucho de la necesidad de un movimiento moralizador. Es preciso articular ese compromiso. Darle forma coherente de manera decidida y vigorosa. Nadie debería estar moralmente satisfecho con lo que le ha dado a su país, mientras perduren junto a la corrupción y la impunidad, los males ancestrales que padecemos; mientras crece económicamente el país y se desangran en la pobreza y la marginalidad social las grandes mayorías y una juventud con puertas cerradas conducente al laberinto de los anti valores.
Nuestra real fortaleza, la única e invencible, porque descansa en nosotros mismos y nadie la puede arrebatar sin nuestra voluntad y consentimiento, es la fuerza moral enraizada en la consciencia de cada quien. La ética personal se convierte en eje transversal orientador del vivir bien, acorde con sus principios que demanda su objetivo primordial: formar el alma de los ciudadanos, enseñándoles y mejorándolos en la práctica de todas las virtudes, ajenas al placer y al goce material. “Solo la moral y la ética, virtudes ontológicas exclusivas del ser humano, son capaces de construir y sostener una sociedad más libre, más democrática y más justa”.
La práctica de la moral, aunque parezca etérea, no lo es. Es fuerza viva, vigorosa, esencial para la convivencia y el bienestar colectivo. No asume una actitud contemplativa de tolerancia y silencio, de resignación o complicidad. Quien lleva su vida de acuerdo a sus predicamentos, ha de ser, forzosamente, un hombre de bien, una mujer ejemplar. Excelente ciudadano. Un hijo de la Patria. Por ello debemos aferrarnos a la moral como realidad inmaterial, pero efectiva, siendo expresión viva de una fuerza propia, vigorizante y expansiva, capaz de destruir murallas de indiferencia y egoísmo para construir un mundo más justo y mejor.

“La base social en que descansa la construcción de una nación deseable, más justa, libre de temores, presenta grietas profundas y peligrosas que pueden conducir a un caos inevitable de imprevisibles y graves consecuencias.


Conclusión

En definitiva, si en verdad se quiere desarrollar una sociedad democrática sana en valores, integrada por ciudadanos probos, debe comenzarse entendiendo que la democracia como sistema de gobierno tiene por norte la paz, la concordia, la justicia, el progreso y bienestar de todo un pueblo; en consecuencia, debe contar como base de sustentación un pueblo compacto, educado en valores éticos y morales, uncido en una sola voluntad y una sola determinación patriótica, civilista, donde predomine el respeto a la Constitución y a las leyes que la complementan. “Leyes sabias y justas que conserven y protejan la libertad personal, civil e individual, así como la propiedad y los demás derechos legítimos de todos los individuos que la componen”, enseñaba nuestro Patricio,12 siendo el sistema social el que genera el sistema político de cualquier nación del mundo, hasta ver la Patria libre, soberana e independiente de toda dominación extranjera“.

 

 

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *